Joer, llevo un buen rato partiéndome de risa con esto.“hijo estas todo el día enfadado con las cosas de comida, estas convirtiendo el placer de comer en un problema y así no se puede vivir"
Va, cuento una mia, de la época del pleistoceno como poco. Cuando era cría, unos 4 añitos, mis padres hicieron obras en casa. Se ve que los obreros se habían traído para almorzar cruasanes chiquititos recién hechos. Recuerdo que iban en un cartón de la marca Donuts -porque era lo único que yo, una enana, alcanzaba a ver del banco de la cocina- Aquello olía muy bien y yo me puse de puntillas y tanteando a ciegas, zas, agarré un cruasán. Al rato, otro, y otro, y otro. Cogí y le llevé algunos a mi hermano mayor y nos pusimos morados. No sé cuantos me zampé, porque paré cuando ya no llegaba a coger más. Por supuesto, cuando los obreros fueron a almorzar, se llevaron una sorpresa, y mi madre muerta de vergüenza. No me riñeron, curiosamente. Les causó ternurica aquella mini gocha que les había dejado sin almorzar.