Otro error del rey de la derecha
Felipe VI perdió esta Nochebuena otra oportunidad: la de pedir disculpas y ofrecer explicaciones, ya que su padre y predecesor en el cargo no lo hace.
"Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione".
Estas palabras son del rey, pero no de Felipe VI. Son de su padre,
del rey emérito, el mismo que ha provocado la mayor crisis institucional de la monarquía española en varias décadas. Juan Carlos de Borbón las pronunció en otra Nochebuena, hace ya casi una década. En el año 2011, cuando salió a la luz la corrupción de su yerno, Iñaki Urdangarin. Fue
el famoso discurso donde el rey dijo esa mentira tan repetida estos días: "La justicia es igual para todos".
Han pasado nueve años desde entonces. Iñaki Urdangarín sigue en prisión. Juan Carlos de Borbón, en Emiratos Árabes. Y Felipe VI, hoy jefe del Estado, ha perdido otra oportunidad para frenar el rápido deterioro que está sufriendo la institución que representa.
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Y no, lo que a estas alturas debería ya saber el jefe del Estado y los asesores de Casa Real que le escriben los discursos es que lo que está investigando la justicia sobre el rey emérito no es una vulneración de la moral.
Defraudar cientos de miles de euros al fisco –como ha admitido ya el propio rey emérito, con la regularización de una pequeña parte del dinero que no declaró–
no es una falta ética. Es un delito. Está en el Código Penal, no en los diez mandamientos.
El escándalo que hoy afecta a la monarquía tiene poco que ver con otras cuestiones éticas, como sí lo puede ser la forma en la que el rey Juan Carlos I trató a su mujer durante décadas, o el impresentable hecho de dedicarte a la caza de elefantes mientras tu pueblo padece una terrible crisis económica.
De lo que hablamos en este año terrible para la monarquía no es de falta de "ejemplaridad". Esa estación está ya muy superada.
Es de blanqueo, de delito fiscal, de tarjetas opacas, de decenas de millones de euros escondidos en paraísos fiscales y de maletines llenos de billetes pagados –no se sabe a cambio de qué– por dictaduras de todo pelaje.
Son varios presuntos delitos que,
si "la justicia fuera igual para todos", acabarían con una muy probable condena penal, que ni siquiera con la inviolabilidad del rey hasta su abdicación está hoy descartada.
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Son actos de los que, por ahora, no se puede responsabilizar a Felipe VI –aunque sea difícil de creer, como con Cristina de Borbón, que el rey no se enterara de lo que pasaba en su propia familia–. Pero lo que sí es responsabilidad directa del actual jefe del Estado es su falta de actuación para frenar la asimilación de su figura por parte de la derecha. Lo que calla el rey, ante quienes hablan en su nombre o le usan como ariete contra el Gobierno.
Son silencios y omisiones que también han sido clamorosos en este mensaje navideño del rey. No hay una sola crítica en este discurso –el más importante que hace el rey en todo el año– ante uno de los sucesos más graves que está pasando en la democracia española: que toda la oposición tache al actual gobierno de "ilegítimo" y lo compare con una dictadura contra la que "merece la pena arriesgar la vida". Ni tampoco una mínima mención a ese nada sutil ruido de sables de una pequeña parte del Ejército, que se declara dispuesto a fusilar a "26 millones de hijos de p**a".
Si alguien tiene influencia en ese mundo reaccionario de militares golpistas y nostálgicos de la dictadura es Felipe VI. ¿A qué espera para usarla? ¿Qué más hace falta que ocurra para que el rey deje claro a esos militares que no usen su nombre, ni le escriban más cartas?
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