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Lingüística general, ortografía y demás historias

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Para debatir de lingüística, ortografía y temas relacionados.

Empiezo fuerte y con un tema polémico: Irene Montero y sus "portavozas". ¿Qué opináis? Subo un artículo de Moreno Cabrera, catedrático de lingüística bastante anti-RAE y antiinmovilismo lingüístico que resume bastante bien mi opinión.

http://vientosur.info/spip.php?article13469
“Portavozas" y la visibilización de las mujeres
10/02/2018 | Juan Carlos Moreno Cabrera
Periódicamente aparecen en los medios de comunicación algunas expresiones que intentan visibilizar a las mujeres en ámbitos en los que hasta no hace mucho estaban muy poco representadas, si es que lo estaban. El caso más reciente es el de Irene Montero, quien utilizó la palabra “portavozas” para llevar a cabo esa visibilización de las mujeres. Han llovido las críticas. La Real Academia Española ha hecho la siguiente observación:

✔ @RAEinforma

#RAEconsultas El sustantivo "portavoz" es común en cuanto al género, lo que significa que coinciden su forma de masculino y de femenino. El género gramatical se evidencia, en esos casos, a través de los determinantes y adjetivos: «el portavoz español» / «la portavoz española».

En efecto, el sustantivo portavoz es a la vez masculino y femenino, por lo que podemos decir tanto el portavoz como la portavoz, pero, también, aunque esto no lo dice la RAE por obvio, los portavoces y las portavoces. Además no hay ninguna regla de la gramática que impida decir los y las portavoces si es que se desea visibilizar en la política a las mujeres por más que se objete que los portavoces, al ser de género masculino no marcado, se puede usar para incluir también a las mujeres. Cierto, pero este uso no las visibiliza, no las pone en primer plano y en igualdad con los hombres, sino que las oculta en la expresión lingüística.

La conjunción igualitaria


¿Existe algún mecanismo sintáctico que ponga en pie de igualdad dos términos? Lo hay y se denomina conjunción copulativa, la pequeña palabra y en castellano, que no deja de ser un humilde fonema aunque escrito a la griega. Pues bien, podemos perfectamente decir los y las portavoces si queremos resaltar y poner en pie de igualdad con los hombres a las mujeres que desempeñan esa función política que da una gran visibilidad a quien la lleva a cabo. Podemos recurrir a otros mecanismos sintácticos algo más complejos como las personas que desempeñan la portavocía, máxime cuando la propia RAE define portavoz como “persona que está autorizada para hablar en nombre y representación de un grupo o de cualquier institución o entidad.” Incluso se podría decir, sin dañar la gramática de nuestra lengua, las personas portavoces e, incluso, por elisión de personas, directamente las portavoces. Estas son posibilidades de nuestra lengua. Es una pena que la RAE, conocedora de estos y otros mecanismos gramaticales, no los incluya en su respuesta para iluminar e ilustrar a quienes no son tan entendidos como ella en los recovecos léxicos y gramaticales de nuestro idioma.

La última de mis propuestas, la de utilizar las portavoces como forma elíptica de las personas portavoces, y por tanto que incluye también a los varones que desempeñan esa vistosa función, nos lleva a unas consideraciones sobre cómo funcionan las lenguas y cómo surgen las gramáticas, que son relevantes para el asunto que nos ocupa.

¿De dónde viene la gramática?

Existe la idea de que hay una gramática intocable que es una especie de instrumento que utilizamos para construir los discursos. Además, se dice, muy acertadamente, que no es la gramática la que es sexista, sino el discurso el que puede serlo. Pero si nos preguntamos de dónde viene la gramática de las lenguas naturales, podemos contestar que es evidente que no procede de la RAE ni de ninguna institución similar, dado que, afortunadamente, había discursos en castellano antes de la creación de esta venerable institución. Hay un grupo de lingüistas prestigiosos que opina que las reglas gramaticales provienen precisamente del discurso y no al revés 1/: que las categorías gramaticales dependen de sus funciones discursivas y no al contrario. Dicho de otra manera: que la gramática se origina en el discurso y no el discurso en la gramática. Esto mismo se ha materializado recientemente en las teorías holofrásticas del origen del lenguaje humano, según las cuales las lenguas humanas no surgieron de la combinación de palabras existentes sino de la segmentación de expresiones complejas inanalizables léxicamente 2/.

El discurso puede modificar la gramática


El discurso puede modificar el léxico y la gramática. Por ejemplo, si decimos el portátil y el móvil y no la portátil y la móvil es porque presumiblemente el portátil es el resultado de practicar una operación discursiva de elipsis en la expresión el ordenador portátil y el móvil es el resultado de llevar a cabo esa misma operación en la expresión el teléfono móvil. Lo mismo cabría decir para la lavadora, que provendría de la elipsis de la máquina lavadora o el tostador que podría provenir de la expresión el aparato tostador (y la tostadora de la máquina tostadora). Estos sencillos ejemplos muestran que una operación discursiva (la elipsis) puede tener consecuencias categorizadoras en el léxico.

Los sustantivos de verbales como cantante o conferenciante, trabajador ocomunicador funcionan originariamente como adjetivos, como, por ejemplo en la voz cantante o el pueblo trabajador. Podríamos decir, por ejemplo, la mujer conferenciante, es decir, la mujer que da conferencias o el hombre conferenciante, es decir, el varón que da conferencias. En estos casos, la elipsis nos lleva a decir para abreviar el discurso la conferenciante o el conferenciante, de manera que este uso elíptico está detrás de la conversión de conferenciante en un sustantivo con dos géneros. He aquí la definición de conferenciante que da la RAE:

1. m. y f. Persona que diserta en público sobre algún punto doctrinal.

Como se ve, se señala que conferenciante es una persona que diserta en público y que el sustantivo, proveniente de un participio, tiene los dos géneros: m., es decir, masculino y f., es decir, femenino. Por eso podemos decir el conferenciante y la conferenciante y también el conferenciante y la conferenciante y, por elipsis, el y la conferenciante.

Las portavoces

Ahora bien, imaginemos que frecuentemente se dijera la persona conferenciante y que, mediante elipsis se derivara de aquí la conferenciante. En este caso, el sustantivo conferenciante se habría visto lexicalizado como femenino, pero abarcaría tanto hombres como mujeres, dado que ambos son personas.

Dicho de otro modo, si el discurso dominante hubiera sido ligeramente diferente, es decir, si la colocación persona conferenciante hubiera sido la dominante, podría haber gramaticalizado ese participio como sustantivo en género femenino y abarcador de ambos sexos. Esto es un caso concreto pero para que el resultado fuera sistemático y afectara la estructura léxica del español tendría que producirse con todos los participios o adjetivos deverbales de manera que imaginemos unos discursos en los que predominan expresiones como: la persona firmante, la persona solicitante, la persona estudiante, la persona oyente, la persona hablante, la persona cantante, la persona matriculada, la persona demandante, la persona acusada, etc. Entonces a partir de la elipsis discursiva, típica de la economía lingüística, obtendríamos la firmante, la solicitante, la estudiante, la oyente, la hablante, la cantante, la matriculada, la demandante, la acusada y todas estas palabras podrían entrar en el léxico como de género femenino pero abarcadoras de las personas de ambos sexos.

Con este ejemplo he querido demostrar que el discurso configura el léxico (y también la sintaxis) de una lengua y, dado que el discurso puede estar determinado por la ideología, en este caso por la ideología androcéntrica, aspectos puramente gramaticales 3/ (como el del género gramatical de las palabras) del léxico de una lengua pueden estar determinados en su origen por una ideología.

Esto es lo que me lleva a pensar que las propuestas de algunas personas de utilizar el femenino y no el masculino como genérico no es tan disparatada como algunas otras personas piensan, quizás porque no se hayan tomado la molestia de reflexionar con suficiente rigor sobre la naturaleza última de la gramática y del léxico.

La utilización de las portavoces para abarcar ambos sexos podría parecer extravagante o fuera de lugar, pero creo que una vez tomadas en consideración las reflexiones anteriores, se habrá de concluir que no carece de apoyo o fundamento lingüístico.

¿Portavozas sin comillas?

El término portavoza, como toda innovación, nos suena raro (como en su día nos sonó raro jueza a quienes tenemos cierta edad) y es esgrimido con contundencia para ridiculizar y desacreditar un determinado tipo de discurso. Quienes hacen esto en general desconocen que en la historia de todas las lenguas podemos encontrar todo tipo de rarezas, contrasentidos y anomalías y esto es así porque las lenguas (o, mejor, las personas que las hablan) son entidades vivas, dinámicas, flexibles, adaptables y, sobre todo, creativas 4/. No todas las creaciones individuales tienen éxito, ni son igualmente acertadas, ni son aceptadas, aunque sean razonables, por las personas que usan una determinada lengua. Sin embargo, la utilización de esta (de momento) rareza léxica no debe impedirnos reflexionar sobre la importancia del discurso y las consecuencias gramaticales y léxicas que tiene ese discurso. La propuesta de las (personas) portavoces para referirse a ambos sexos podría ser perfectamente natural desde un discurso no androcéntrico, tal como he razonado en las líneas anteriores. Por otro lado, si la palabra portavoza acaba generalizándose añadiría una posibilidad más para un discurso no androcéntrico y se incrementaría la riqueza gramatical y léxica del castellano. De momento, quizás tengamos que conformarnos con los y las portavoces o las y los portavoces, que pone en igualdad de condiciones a ellos y ellas, al menos en el plano de la expresión lingüística.

10/02/2018

Juan Carlos Moreno Cabrera es catedrático de Lingüística General en la Universidad Autónoma de Madrid

Re: Lingüística general, ortografía y demás historias

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Copio/pego un artículo de hoy en "El País", en homenaje al gran Forges, genio creador de palabras y expresiones propias (sus “forgendros”), que falleció hoy :hurted: :bye2:


Forges, construyó un vocabulario propio que millones de españoles han hecho suyo. Y la Academia también. Por ejemplo, hoy en día se puede oír la palabra “bocata” en cualquier bar, tanto en la voz del cliente como en la del camarero, y después verificar su significado en el Diccionario, porque ahí figura desde 1983.

En esa entrada se aclara que este término se formó mediante un acortamiento de “bocadillo” y la adición del “sufijo jergal” –ata, y que equivale en el lenguaje coloquial precisamente a “bocadillo (pieza de pan abierta)”. Esta nueva función como sufijo jergal se la inventó Forges, y quizás se pueda añadir pronto a la lista de las otras cinco posibilidades y significados que el Diccionario reconoce al sufijo -ata para formar palabras nuevas en las que tal partícula se añade a una raíz (como sucede por ejemplo en “caminata” o “perorata”; además de otros términos con variación de género: “novata”, “niñato”…). Antonio Fraguas aplicó este sufijo más allá de la norma prevista, para ensancharla.

La Nueva Gramática de la Academia (2010) sí define esa aportación de Forges, aunque no lo cite como autor. Y señala que –ata es un sufijo que “construye nombres y adjetivos a partir de formas normalmente acortadas de bases nominales, adjetivales y, en menor medida, verbales”. En efecto, con esa misma construcción nacieron “sociata”, “cubata”, “tocata”...

¿Añade algo “bocata” respecto a “bocadillo”? Puede que sí: el bocata es quizás más personal, más cercano; más de pandilla. Más plural que singular. Igual que el tocata respecto del tocadiscos. Y además, “bocata” ha producido ya un derivado: bocatería (o establecimiento donde se venden bocatas).

La estructura jergal le permitió además al humorista suprimir la preposición que vincula el pan con lo que va dentro. Así, por ejemplo, uno de sus personajes desesperados aparecía dispuesto a comerse “un bocata cerillas”.

Forges construyó gran parte de su vocabulario identificativo a partir de los recursos propios del idioma español (especialmente los sufijos), y también inventó términos que no tienen origen conocido. He aquí una posible clasificación de su léxico particular.

Palabras creadas por sufijación.

Es decir, términos que se forman con la adición de un sufijo a la raíz. A la ya citada “bocata” se añaden “drogata”, “sociata”, “ordenata”, “cubata”, “jubilata”, “segurata”, “tocata”…

De ellas, ya han entrado en el Diccionario “cubata”, “bocata”, “drogata” y “tocata”, como alternativas coloquiales de “cubalibre”, “bocadillo”, “drogadicto” y “tocadiscos”. Sin embargo, no todas son obra de Forges, según contó él mismo a este periódico en 2014: “Bocata’ sí que lo inventé yo, y ‘tocata’ también. Pero ‘cubata’ y ‘segurata’ no”.

Más mérito aún, entonces: descubrió un camino de sufijaciones (las “sufijaciones jergales” según la Academia) que estaba inexplorado.

Y no terminaron ahí sus “forgendros” (o engendros de Forges). También acudió al sufijo latino –érrimus, que conformó en aquella lengua adjetivos superlativos como misérrimus, celebérrimus o acérrimus. El castellano adoptaría exactamente 11 de aquellos superlativos latinos (entre otros los tres citados), que consideramos cultismos y entre los que figuran también “libérrimo”, “paupérrimo” o “pulquérrimo”. Todos ellos los heredamos por tanto directamente de la lengua de Roma, y a nadie se le había ocurrido crear palabras en español con esas piezas. Hasta que Forges empezó a escribir y decir “estupendérrimo”, “tontérrimo”, “estupidérrimo” o “modernérrimo”. De momento no han llegado al Diccionario, pero quién sabe.

Forges también acudió al sufijo –amen para sus creaciones. Este morfema articula en español palabras en las que se deduce un significado colectivo de lo que menciona la raíz. Así tenemos “velamen” (conjunto de velas), “pelamen” (el conjunto del pelo) o “maderamen” (conjunto de maderas que entran en una obra). Forges identificó probablemente el sentido de abundancia y generosidad que se ocultaba en esos términos y formó por analogía palabras como “muslamen” o “porramen”. Y definió concretamente “muslamen” como “atributos femeninos determinantes”; y “porramen”, como “conjunto de porros fumados por un grupo parlamentario, necesarios para votar afirmativamente determinados proyectos de ley propios, curiosamente infumables” (El libro de los 50 años de Forges. Espasa, 2014).


Curiosamente, la primera aparición de su personaje llamado Blasillo (en el diario Informaciones, en los años setenta) incluye una palabra forgiana creada mediante sufijo. En esa viñeta, un niño le cuenta a un hombre con aspecto muy rural: “Padre, el Blasillo está diciendo malsonancias coyunturales”.

“Malsonancia” no entrará en el Diccionario hasta 1984, mucho después de que la usara Antonio Fraguas.

Por su parte, el sufijo –oide le sirvió para formar un adjetivo (“afanoide”), que muestra una certera intuición. Ese morfema, según la Academia, “añade matiz despectivo en adjetivos derivados de otros adjetivos”; y pone como ejemplo “feminoide”. En el caso de Forges, un “afanoide” suele ser un concejal de Urbanismo.

Estos sufijos forgianos superaron todas las épocas de la obra del humorista, y también los hallamos en dibujos recientes. En ellos encontramos por ejemplo la palabra “gurtélidos”, en la que se establece una analogía con los nombres científicos que designan familias o especies animales (mustélidos, anélidos, camélidos...). En este caso, se designa una especie de bípedos asociados a la trama Gürtel.

Inglesismos.

No los llamaremos “anglicismos” porque no lo son ni lo quieren ser. Antes al contrario: muchos anglicismos se usan por complejo de inferioridad (al creer que mencionar algo por su nombre en inglés es más prestigioso), y Forges se reía precisamente de eso. Hacía decir a sus personajes (a partir de los adjetivos en inglés terminados en –able; o sea: -éibol) palabras como “formidéibol” o “inaguantéibol”, además de “incrédibol”. ¿Por qué? “En mi época escolar”, explicó Fraguas, “todos estudiábamos francés. La clase media española estudiaba francés. Pero llegaron los superpijos y se pusieron a estudiar inglés. Y entonces yo le tomo el pelo de esa forma a ese estrato social, porque empezaban a decir palabras en inglés sin saber a veces ni qué estaban diciendo”.

En conversaciones familiares o de amigos, o en el lenguaje coloquial español, se suelen formar palabras así, inspiradas por Forges: “Es acojonéibol”, “esto fue impreviséibol”.

También inventó Fraguas los inglesismos “cuñading” (soportar a un cuñado) o “ejcuerning” (deporte de riesgo); y el francesismo “jilipoyuá”, de sencilla traducción para cualquier español.

Aféresis.

La aféresis (del griego afaíresis, quitar) consiste en la supresión de algún sonido al principio de un vocablo. El Diccionario introdujo en 1884 los ejemplos de “norabuena” por “enhorabuena” y “Colás” por “Nicolás” (si bien en 1950 suprimió este segundo caso, quizás porque ya se entendía con el primero).

Forges captó en el habla popular esas aféresis que resultan graciosas y castizas, y en ocasiones les añadía un segundo término, fusionado: “Gensanta”, “mosanda”, “nefecto”, “sactamente”, “sodicen”, “soparece”, “sovaser”, “cachis la mar”, “gnífico”; a veces con la supresión de fonemas en el medio de la cadena de palabras: “tontolculo”.

Casi siempre se deducía un tono de sabihondez en el personaje que las pronunciaba. Pero eso no alcanzaba a la Blasa cuando decía “jomío”.

Interjecciones.

El vocabulario propio de Antonio Fraguas incluyó además muchas interjecciones, algunas de las cuales podrían encajar en el capítulo anterior. Exclamaciones con aféresis son por ejemplo “¡sórdenes!” o “¡dremía!”, como también “¡vadiós!”. Y, por supuesto, “cielo santo”, que terminó en “¡losanto!”.

A ellas se unen otras populares, como “¡velay!”, una contracción de “velo ahí” que el Diccionario registra como interjección poco usada y que define así: “Úsase para dar por cierto o asegurar lo que se dice, a veces con resignación o indiferencia”.

“Velay” ya andaba por los diccionarios de principios del siglo XX, pero la Academia no la incorpora hasta 1984.

Además de aplicar su buen oído a la lengua coloquial y rural, Forges hizo pronunciar a sus dibujos exclamaciones inventadas por él, como “¡reconjoñeta!” o “¡recojonostiójonos!”.

Lenguaje popular.

Algunos de los vocablos usados por Antonio Fraguas se hallaban desde hacía decenios en el habla popular, y acabaron aceptados luego por la Academia; quién sabe si con el impulso lejano del dibujante. Las palabras jergales pasaron a menudo por sus viñetas, como el muy usado “se está de buten” (“excelente, estupendo”). Él lo puso, por ejemplo, en boca de un náufrago ciertamente optimista.

El original dibujante también popularizó el elogio “maciza”, que llega al Diccionario en 1984 (“persona de carnes duras y consistentes”) después de que Forges se lo adjudicara mucho antes a las exuberantes mujeres de algunos de sus dibujos; y en ese mismo año se incorporan “maromo” (individuo, tío, fulano, novio), y además otro término del léxico forgiano: “chorbo” (“persona cuyo nombre o condición se ignoran o no se quieren decir”), de donde él formará “chorberío” –nuevamente con la técnica de la sufijación–; para definirlo, curiosamente, como “conjunto de maromos”.

Neologismos sonoros.

La genialidad y la imaginación de Antonio Fraguas se plasmaron además en palabras inventadas por él, generalmente a base de combinar sonidos que bien podían sugerir lo nombrado. En esta categoría pueden encuadrarse las ya mencionadas exclamaciones “¡reconjoñeta!” y “¡recojonostiójonos!”. Y también el verbo “esnafrarse”.

El propio Fraguas contó el nacimiento de este neologismo, que la Academia no ha incorporado… aún. “La etimología de ‘esnafrarse’ es que íbamos mi amigo Antonio y yo en una bicicleta, y se nos soltó el manillar. Yo le grité: ‘¡Tírate!’, pero no se tiró. Yo me tiré, pero él se pegó una chufa contra una pared. Y entonces dije: ‘Se ha esnafrado’. Me salió así. Mucho tiempo después me enteré de que en gallego existe esnafrarse, que equivale a escarallarse. Pero mi padre, que era gallego, no hablaba nunca en gallego, y jamás le había oído esa palabra”.

Bueno, “escarallarse” tampoco está en el Diccionario de la Lengua Española, pero después de lo relatado se puede deducir bien qué significa.

Otros inventos geniales de Forges son “firloyo”, definido por él como “conjunto mecánico incomprensible”, o “firulillo”, palabra que designa un “dispositivo mecánico o electrónico, de función desconocida en el mecanismo en cuestión” (El libro de los 50 años de Forges, 2014).

La misma creatividad onomatopéyica alumbró los términos “esborcio” (construcción electrónica compleja e inadecuada), “esforciar” (romper, estropear) o “jodiente” (diente que molesta con mucho dolor).

Nombres propios.

Además de los ya conocidos Blasillo, Mariano, Concha, Blasa, Romerales… Forges inventó personajes con nombre propio adaptado, mediante juegos de palabras que partían de una cierta realidad. Así, el gran portero internacional de los años ochenta Luis Miguel Arconada tuvo su personaje opuesto en Arcomanta; y el arquero Andoni Zubizarreta inspiró a su vez a Subimaleta (“el portentoso guardameta”). A los dos se les añadió el Inéfito Feliú, “esforzado atleta, primo de Subimaleta”, que siempre salía estrepitosamente derrotado. También creó Fraguas la televisión Torrenicasso (por aquel entonces, CNN+ se hallaba en Torre Picasso), en otra parodia onomástica.

Los escasos ejemplos aquí referidos (escasos en comparación con la extensión de su obra y de su vocabulario) dan idea del interés que siempre suscitó el lenguaje para el entrañable humorista.

Ese cariño por las palabras se plasmaba además en una notoria obsesión por el correcto uso del español (detestaba, por ejemplo, el galicismo “poner en valor”). Forges conocía con profundidad su lengua, y gracias a eso fue capaz de gastarle al genio del idioma unas bromas que, lejos de incomodarle por atentar contra sus viejos criterios, le habrán hecho reír a carcajadas.



https://elpais.com/cultura/2018/02/22/a ... 9292535840
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Re: Lingüística general, ortografía y demás historias

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Sibila escribió: 22 Feb 2018, 16:25
Doraemon escribió: 22 Feb 2018, 16:23 Ficho para quejarme de que no soporto que se diga: "Voy al CI para descambiar un regalo", me crispa sobremanera pero nadie lo entiende.
También me chirría cuando oigo (o peor, leo): "La he dicho que no venga" :protest:
Lo de “descambiar” y los laísmos hacen sangrar los oídos :protest: :coolgun: :down: :shutup: :dload:.


Aunque os suene fatal , mirad lo que dice la FUNDEU:

"descambiar es un verbo correcto.
El uso del verbo descambiar con el sentido de ‘devolver una compra’ es válido, según indica el Diccionario panhispánico de dudas."
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Re: Lingüística general, ortografía y demás historias

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Esto también es algo muy desquiciante :lucille: :mrgreen: :


https://verne.elpais.com/verne/2018/02/ ... 69937.html


“Conocérete fue una suérete”: la vocal intrusa de los cantantes


"Vamos a ponernos cursis: cojín rojo con forma de corazón, vela con mensaje y de fondo un bolero de Luis Miguel que cante cosas del tipo: “Conocerte fue una suerte, amarte es un placer”. Más propiamente, lo que dice el bolero es “conocérete fue una suérete, amárete es un placere”. Grado máximo del empalague es esa "e" que se adhiere como caramelo de café con leche a las erres del cantante mexicano. La música y la pronunciación de esa e empalagosa pueden venir de otros cantantes: Bisbal se lamentaba diciendo “no olvido tu querer / tu cuérepo de mujere” y Bustamante aclaraba en una de sus canciones que no buscaba nuestro "peredón". Es la banda sonora que nos va a acompañar en la explicación de un fenómeno de la pronunciación española que no es tan menor como parece.

Lo hacen muchos cantantes; de hecho, es el típico error de dicción que corrigen explícitamente en muchas academias de canto (como hemos visto en Operación Triunfo). Pero no solo es cuestión de música: antes era muy común oír a esta vocal intrusa en los sermones (cuando empezaba el sacerdote diciendo al predicar “queridos heremanos”) y en actores relamidos que preguntaban a doña Inés: "¿No es veredad, ángel de amor, que en esta aparatada orilla más pura la luna bírilla y se respira mejore?". Ahora, cada noche (y con los mismos episodios día tras día: por favor, piedad hacia los padres) los niños españoles pueden oírlo en el doblaje de Bob Esponja (que llama Patiricio a su mejor amigo Patricio).

Si nos paramos a mirar los ejemplos ("suérete", "cuérepo", etc.) vemos que se introduce una vocal tras una erre seguida de consonante (conocerte, suerte) o se mete la vocal cuando sigue una pausa. El fenómeno ocurre en los variados casos en que la letra erre (en fonética llamada rótica, o en la tradición hispánica, vibrante) puede combinarse con otra consonante como la pe (próximo se haría poróximo), la te (tren), la efe (frente), la be (broma), la de (dron), la ge (grajo) o las letras ce y ka, con idéntico sonido (crece, kril). Esa vocal que se mete ahí no tiene por qué ser siempre una e, de hecho suele ser la misma vocal que tiene la sílaba donde se introduce: broma se desplegará en ‘boroma’ y gruñido en ‘guruñido’.

Los nombres técnicos que recibe este fenómeno pueden sonarnos extraños: anaptixis es como se denomina la introducción de esa vocal parásita, que es también llamada (perepárate...) vocal esvarabática. Pese a su rareza, tienen mucho sentido estos nombres, ya que anaptixis significa en griego ‘expansión’ y como en sánscrito, lengua india, se daba este fenómeno con recurrencia se generalizó el término derivado del sanscrito svarabhakti para designarlos. En los espectrogramas, inventos que reflejan por escrito un audio, se observa que esa vocal introducida tiene la misma duración que la propia erre al pronunciarse. Es fácil, pues, reconocerla al oído, como un soplo corto de la vocal.

La anaptixis es en otras lenguas un mecanismo más frecuente y sistemático que en español. Así, en dialectos fineses se da de forma más constante tras la primera sílaba: el número cuatro en finés es neljä y algunas variedades lo pronuncian nelejä, con vocal por anaptixis; por su parte, el número 3 es kolme y en algunas zonas es kolome.

Para el español de hoy estamos ante un fenómeno esporádico, pero no es un rasgo nuevo, en absoluto. Tenemos palabras españolas que han sido el resultado de una antigua anaptixis: el birqûq árabe se hizo primero "albricoque" y luego el actual "albaricoque", y otro ejemplo nos lo da la palabra latina calvaria ("lugar sin plantas ni árboles", derivado de calvus, sin pelo), que es el origen de nuestra "calavera", con una anaptixis que pudo ser ayudada por la influencia de la palabra “cadáver”.

Otras veces el fenómeno ha sido aislado, o si se repitió no quedó fijado en la forma estándar de la palabra. Por ejemplo, en castellano antiguo se llamaba "corónicas" a las crónicas, “Ingalaterra” era una forma posible para hablar de Inglaterra y los tigres podían ser tígueres. De hecho, en el relato que hace el dramaturgo sevillano Vélez de Guevara sobre una valiente heroína llamada Gila (en su obra La serrana de la Vera, de 1613) un personaje dice al otro: “Yo me voy, y guardaos della / que es una tíguere”.

Todavía esta forma de llamar al animal puede usarse de forma metafórica en República Dominicana y Puerto Rico. Acreciento la selectísima banda sonora de este artículo con la canción reguetoniana en la que un señor apodado Biberón (!) avisa, pese a su apodo: “Yo soy tu tíguere”, con anaptixis papichula.


El fenómeno responde en español a un tipo de cambio lingüístico que pertenece a un patrón bien común: al modificarse la sílaba (suer-te se convierte en sué-re-te) se consigue un modelo de sílaba con consonante + vocal, que es más común en español que el hacer encontrarse a una consonante con otra. Nada es caprichoso en la lengua e incluso este rasgo, que en español está reducido a contextos muy concretos, tiene una explicación más allá de la anécdota. Si Luis Miguel decía a su amada que le gustaba “querérete como cosa mía / como párate de mi piel”, queramos a esta breve vocal como cosa nuestra. Es una heroína enfrentada a la etimología, opuesta a la normalidad en la pronunciación, polizona de la erre: un soplo pedante deliciosamenete tiéreno."



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Re: Lingüística general, ortografía y demás historias

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Bergen escribió: 22 Feb 2018, 16:35
Sibila escribió: 22 Feb 2018, 16:25
Doraemon escribió: 22 Feb 2018, 16:23 Ficho para quejarme de que no soporto que se diga: "Voy al CI para descambiar un regalo", me crispa sobremanera pero nadie lo entiende.
También me chirría cuando oigo (o peor, leo): "La he dicho que no venga" :protest:
Lo de “descambiar” y los laísmos hacen sangrar los oídos :protest: :coolgun: :down: :shutup: :dload:.


Aunque os suene fatal , mirad lo que dice la FUNDEU:

"descambiar es un verbo correcto.
El uso del verbo descambiar con el sentido de ‘devolver una compra’ es válido, según indica el Diccionario panhispánico de dudas."

Es una palabra (y discusión anexa a su respecto :lol: :lol: )recurrente en épocas de rebajas, independientemente de lo que indique la Fundeu suena redundante y es seguramente por eso que me suena mal.

Los laísmos duelen por igual en los hogos y en los hoídos( sic)(sic) :hide: :hide: :hide: :hide: :hide:

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