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por DoñaUrraca
Cruella de Vil
De El País
El debate | ¿Cuáles son los límites del ‘true crime’?
El creciente éxito en televisión y ‘podcasts’ de ficciones y documentales sobre crímenes reales plantea la cuestión de sus fronteras, pues son un producto que puede hacer revivir el dolor de las víctimas
Antonio del Castillo, padre de la joven desaparecida Marta del Castillo, en una manifestación de apoyo en enero de 2009 en Sevilla.
Antonio del Castillo, padre de la joven desaparecida Marta del Castillo, en una manifestación de apoyo en enero de 2009 en Sevilla.
GARCÍA CORDERO
XELO MONTESINOS RAMÓN CAMPOS
22 MAY 2024 - 05:00 CEST
Patricia Ramírez perdió en 2018 a su hijo Gabriel Cruz, de ocho años, asesinado por la entonces pareja del padre del menor. Quizá el crimen más mediático de los últimos tiempos en España, ha vuelto a primer plano por la posibilidad de que se convierta en producto televisivo. En una entrevista en EL PAÍS, Ramírez ha denunciado que ella no ha dado consentimiento para llevar la historia a la pantalla y llama “violencia mediática” al sufrimiento que provocan los productos de true crime en las víctimas reales de los crímenes.
Este género vive un verdadero auge en España, con revisiones documentales o ficcionadas de todos los crímenes famosos recientes. Dos productores españoles que conocen el género en profundidad analizan aquí los límites para hacer un producto de true crime. Para Xelo Montesinos, CEO de la productora Unicorn Content, detrás de series como El Marqués (Telecinco), no todo vale, pero todo debe ser contado, en especial si abre nuevas líneas de investigación. Ramón Campos, productor y guionista de El caso Asunta (Netflix), defiende que el género solo sirve si abre reflexiones más amplias que el simple entretenimiento, y sitúa como barrera el consentimiento de las víctimas.
Conciencia social y verdad real
XELO MONTESINOS
Las historias de true crime han generado siempre el interés de la sociedad. Según el autor y criminólogo Vicente Garrido, “la fascinación por el crimen es una especie de sentimiento natural del ser humano, una forma de intentar entender el comportamiento social”.
El género true crime no es novedoso. Forma parte de nuestra cultura desde que existen el crimen y los medios de comunicación. No es tendencia, es costumbrismo. Su proliferación tiene que ver más bien con la amplificación, la demanda y el desarrollo de nuevos canales. Las plataformas y podcasts han ayudado a que se produzcan cada vez más formatos sobre crímenes reales.
Pero el fondo es el mismo. Hechos que cuando se produjeron conmocionaron a la sociedad, llenando espacio en los medios de comunicación la noticia, la investigación, el juicio y el veredicto. Casos que generaron muchas preguntas sin respuesta, casos que no prescriben en la sociedad, sino que generan motivos de revisión. Crímenes seguidos masivamente con gran empatía hacia las víctimas, con cierta curiosidad y animadversión hacia los asesinos. Este seguimiento es el que ha acabado convirtiendo el crimen en género: en true crime.
¿Qué ha cambiado entonces en los últimos años? Probablemente, las formas cada vez más innovadoras y atractivas de contar audiovisual y narrativamente los hechos. Así ha ocurrido en el caso de Rocío Wanninkhof, con el personaje de Dolores Vázquez, que sigue en nuestra retina y que ha sido redescubierto por las nuevas generaciones, que conocen por primera vez la historia.
¿Qué diferencia un true crime de otro? El morbo o el efectismo son solo algunos de los aspectos que pueden darle más notoriedad. Pero, sin duda, una renovada investigación, la exclusividad con los personajes o una producción audiovisual más trabajada y cuidada son los ingredientes que lo convertirán en motivo de culto o de consumo masivo.
¿Quién marca los límites del true crime? En el formato documental, los autores, las plataformas que compran los derechos o los propios participantes deciden esos límites. La revisión del crimen histórico pasa por varias fases: la idea, la línea argumental, la producción y la venta. En cada fase, los obstáculos van creando nuevos límites a explorar: los legales y los éticos. No vale todo. Y aunque sí hay que contarlo todo, hay fórmulas para no cruzar determinados límites.
Soy partidaria de dar voz a todos los protagonistas, pero quién debe participar lo marca cada autor, plataforma o cadena que lo adquiere. Depende de qué personaje es el principal y cuál el secundario. También depende de la forma de conseguirlo o del lugar que ocupa en el desarrollo del proyecto. Hay casos en los que el autor del crimen ha terminado confesando, como The Jinx, o series de ficción inspiradas en hechos reales que consiguen reflejar la mente del asesino.
A veces se cuenta con la complicidad de las víctimas o de familiares para que el grado de conexión y empatía sea emocionalmente mayor y, sobre todo, por una cuestión de derechos y de protección de las víctimas. Sin embargo, en otros, no resulta necesario, porque las nuevas pistas de la investigación no requieren del consentimiento final.
Se busca el consenso más allá de la controversia, el debate y que remueva conciencias. Si un solo true crime sirve para descubrir nuevas líneas de investigación y dar un vuelco real a lo que toda la sociedad pensaba, cumplirá el objetivo deseado por cualquier productor o autor.
Decía recientemente el padre de Marta del Castillo: “Los documentales ponen de manifiesto los errores judiciales y policiales, y mi hija no ha aparecido”. No quiero acabar sin señalar que, si una sola investigación en manos de mis equipos de periodistas consiguiera dar con esa pista, con una confesión real del asesino sobre dónde está el cuerpo de Marta, habrá merecido la pena seguir haciendo true crime el resto de mi vida.