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por Bisweet
Forera de pro
Hoy he leído un texto y me ha parecido muy interesante lo que dice, no sé si este es el hilo adecuado, pero me apetecía compartirlo.
"Anoche, sábado, a las 2 de la mañana, volviendo de pasear a la perra, vi que venían hacia mí, por la misma acera, cuatro tíos de unos 30 años.
Llevaban bebidas en la mano, hablaban en un tono normal. Me di cuenta perfectamente del momento en el que me vieron, y también percibí que, inevitablemente, en el mismo momento en el que empecé a temerles y a seguir el protocolo habitual (acelerar el paso, echarme a un lado de la acera, poner cara muy seria y endurecer la expresión, buscando un enseñoramiento, un afeamiento, un 'conmigo, poca broma, ni me chistéis', las cabezas de gallo que la niña esconde bajo la falda para repeler a los señores que quieren tocarla en "Pelea de gallos", ellos se dieron cuenta de que empezaba a temerles y bajaron la voz, hablando entre ellos en un siseo acelerado, que se cortó poco antes de llegar a mí.
Entonces, justo al cruzarnos, uno de ellos dio un paso brusco en mi dirección y lanzó un exabrupto, un grito animal en mi cara. Sentí que se me salía el corazón del pecho. Lo siguiente que oí fue su carcajada estruendosa.
Tanto ellos como yo, estoy segura, hemos visto a lo largo de estos últimos meses mil noticias sobre abuso, sobre acoso, sobre manadas. Ellos eran conscientes de la similitud: 4 tíos, una tía, una calle vacía. A diferencia de mí, les hacía gracia.
Estoy segura también de que ni se les pasaba por la cabeza una viola***n ni nada de eso, soy consciente -o quizás esté pecando de cándida, pero así lo creo- de que en ningún momento estuve en peligro (no sé por qué, pero lo sé; ellos iban hacia San Isidro o a Madrid Río de fiesta, no eran unos monstruos enloquecidos, eran unos tíos "normales").
Me pregunto por qué, qué ganaron al asustarme, qué les reportó planear ese susto, planear ese acercamiento brusco de uno de ellos, ese grito estremecedor de bestia desaforada lanzado a poca distancia de mi cara, mirándome fijamente.
Siguieron su camino tranquilamente, con toda su seguridad intacta, probablemente incluso reforzada, mientras yo me quedaba temblando por dentro, detenida en la acera, consiguiendo sacar un hilo de voz para gritarles. Al fin salió, y grité:
"¡g*lipo**as! ¡Hijo de p**a! ¡Subnormal!"
Sólo me salió eso: insultos idiotas de patio de colegio pronunciados con ira, pero con el miedo acogotándome, no permitiéndome decirles algo más. Aunque, ¿qué les habría dicho, de haber tenido menos miedo, de no estar paralizada por el susto?
"¿Qué necesidad tenéis de hacer eso? ¿Qué ganáis?", les podría haber dicho. Pero, por otra parte, ¿tiene algún sentido intentar razonar o hacer pensar a unos mostrencos, estando sola con ellos en una calle oscura?
Entiendo que parece poca cosa. ¿Qué es un grito, qué es un susto provocado gratuitamente, haciéndote pasar miedo porque sí?
Absolutamente nada, teniendo en cuenta las cosas que suceden continuamente a otras mujeres que caminan solas por la calle.
Pero el caso es que yo volví a casa horrorizada, con una bola de fuego dándome vueltas en pecho, con el corazón latiendo muy fuerte.
Me senté en el suelo y pensé: Más que por el miedo a ser atacada de alguna forma, mi agitación se debía a la ruindad del acto en sí. Al saber que vivía rodeada de personas a las que no les importaba provocarme cinco segundos de auténtico terror y unas cinco horas posteriores de cavilaciones sobre el miedo que había sentido, mezcladas con ira y tristeza absoluta.
Un par de horas antes, había estado con personas maravillosas, cantando a gritos por un micrófono canciones que nos emocionaban, bebiendo, gritando, en un karaoke demencial, absolutamente improvisado. Había grabado dos vídeos cantando canciones dedicadas a dos de mis personas más queridas del mundo. Por la mañana había dado un concierto con mi grupo, y después habíamos comido con mucha gente fantástica, unos muy amigos, otros casi desconocidos, en una especie de almuerzo familiar cálido y desordenado. Y ahora todo el día quedaba ensombrecido. Me iba a la cama con miedo, tristeza e ira.
Nunca me ha dado miedo caminar sola de noche. De hecho, es algo que me encanta y que hago casi todos los dias. El otro día le contaba a un amigo cuánto me gusta caminar en verano por el parque vacío. Mi perra corre detrás de los conejos (hay muchos conejos en Madrid Río), yo paso un rato apoyada en el almez gigante del parque. Me gusta también tirarme por los toboganes en medio de la noche o pasar un rato largo asomada a la barandilla, mirando el río. Soy consciente de que todas estas actitudes son señales invitadoras de peligro.
Pero, ¿qué tendría que hacer? ¿Debería vivir constantemente con cabezas de gallos decapitados bajo la falda o cagarme y mearme encima, como los personajes de "Pelea de gallos", debería habitar la ciudad intentando no resultar accidentalmente invitadora?
Obviamente, me habían sucedido cosas similares a la de anoche. Pero nunca había visto tan claro el placer de hacer pasar miedo, el saber que se tiene un poder oscuro y, pudiendo no hacerlo, darle uso. Un uso gratuito y absurdo. Y así joderle la noche a una mujer que ha tenido un día maravilloso.
Lo único que puedo hacer es seguir haciendo lo que hago, seguir cantando a gritos con amigos, siendo bastante feliz, para después pasear a solas por la calle tarareando bajito algunas de las canciones que hemos cantado y confiar en que nunca me va a pasar nada excesivamente malo. ¿No?"
"Estoy tumbada en una cama, llevo un par de botones de la chaqueta desabrochados y alguien me esta haciendo un trabajo oral, levanta la cabeza y es Almeida preguntando si me esta gustando, en ese momento me desperté en modo pánico y pensé que hacía su lengua en mi cona"