1. Mito: La asistencia s*xual cumple una función social. Satisface una necesidad.
La sociedad tiene la obligación de velar por el cumplimiento de los Derechos Humanos. Todas las personas, independientemente de nuestro sexo, edad, procedencia, discapacidad, etnia, religión… tenemos derecho a ser tratadas con dignidad. Esto implica que ninguna institución, ley o persona puede infringir ninguna discriminación o violencia de ningún tipo sobre otra por las circunstancias antes citadas. Así, nos hemos reconocido el derecho a la sanidad, la educación, a una vivienda digna, a una familia o institución que nos proteja en la infancia… En definitiva, al acceso a todos aquellos recursos y cuidados que nos posibilite vivir de forma digna. Ahora bien, el sexo, o el placer s*xual, no es una necesidad, y por tanto, no es un derecho. Es un deseo. Se puede vivir sin sexo; un@ se puede realizar de múltiples formas… estudiando, leyendo, viajando, cultivando amistades, pintando, cuidando animales, implicándose en causas sociales aunque carezca de la posibilidad de tener sexo…
Con esto no pretendo realizar un alegato en contra del placer s*xual, ni pienso que no sea importante, ni deseable, ni beneficioso. Todo lo contrario, creo que es estupendo tener la posibilidad de sentirlo. Pero no conviene confundir deseo con necesidad (algo propio del patriarcado y del capitalismo).
2. Mito: La asistencia s*xual no tiene nada que ver con la prostitución.
Rotundamente falso. Tod@s sabemos que siempre ha sido habitual que, cuando un hombre tiene una discapacidad y encuentra dificultades para establecer relaciones s***ales, a menudo solicita o es invitado a solicitar los “servicios” de una prostituida. Por tanto, los hombres discapacitados que recurren a servicios s***ales se comportan exactamente igual que cualquier otro putero: hacen uso de un privilegio ilegítimo que les beneficia a ellos y que perjudica a la prostituida en tanto que es utilizada sin importar cómo le afecte ser objetualizada por otro, y a las mujeres como colectivo (como “clase”) en tanto que se nos presenta a todas como seres humanos secundarios disponibles para satisfacer los placeres de los varones.
Además, los hombres discapacitados no son los únicos que tienen dificultades para tener sexo con otras personas. Si no justificamos que los hombres que no tienen sexo, o no como desean, por el motivo que sea, recurran a la prostitución, no es justificable que, por el hecho de tener una discapacidad, se convierta en legítimo someter a otra persona a sus deseos s***ales.
3. Mito: Las personas con discapacidad, si no es mediante la asistencia s*xual, jamás sentirían placer.
Esta afirmación se puede basar en dos tesis. A) Que, dada una severa discapacidad física, no tienen la posibilidad de mastur*****, de acceder manualmente a sus propios genitales u otras zonas del cuerpo que deseen estimular. O B) Que, dado el estigma y los prejuicios, no podrán encontrar nunca a una persona dispuesta a mantener relaciones s***ales con él o con ella.
En el primer caso (A), se nos ocurren dos contra-argumentos. El primero que, antes de someter a otra persona (casi siempre mujer) a tener que satisfacernos y por tanto instrumentalizarla, sería oportuno que, igual que se ha demandado la fabricación de “juguetes” eróticos con una perspectiva no coitocéntrica y desde el feminismo se ha propuesto fabricar nuevos “juguetes” eróticos que favorezcan aumentar las posibilidades de sentir placer para las mujeres, se debe demandar la fabricación de este tipo de herramientas que tengan en cuenta las posibles dificultades físicas del/de la usuario/a. (Por supuesto, no deseo establecer ningún paralelismo entre mujeres y personas con discapacidad). No creo que sea complicado encontrar algunas herramientas oportunas para dicho fin salvo en casos de discapacidad e inmovilidad extraordinaria y extremadamente severos. El segundo contra argumento ya lo hemos dicho: nadie se muere por no sentir placer s*xual, ergo no es una necesidad.
En el segundo caso (B), lo vemos claro. Difícilmente vamos a contribuir a eliminar el estigma y los prejuicios que recaen sobre las personas que tenemos alguna discapacidad y nuestras capacidades para dar y recibir placer (que, efectivamente ese estigma existe y de forma extendida, no lo niego y nos afecta a la inmensa mayoría dificultándonos notablemente la posibilidad de tener relaciones s***ales) si claudicamos y aceptamos la asistencia s*xual como única salida. Mejor sería ir a la raíz del estigma y acabar con él buscando una sociedad abierta, inclusiva, sin tabúes y menos superficial.
4. Oponerse a la asistencia s*xual supone una discriminación y un ataque directo a quien sufre una discapacidad.
No. Es al contrario. Exactamente al contrario. Aceptar que la única posibilidad de las personas con discapacidad es recurrir a la asistencia s*xual (en castellano, a la prostitución) es un insulto para todas las personas con discapacidad. No sé al resto de discapacitad@s, pero a mí, el mensaje que me llega desde quienes defienden la “asistencia” es exactamente este: “dais tanto asco, sois tan inútiles, que nadie, si no es por dinero o por compasión, tendría sexo con vosotr@s”. Peor ataque, peor estigma, mayor discriminación, peor mensaje, peor insulto a l@s discapacitad@s que ese, no se me ocurre.
Así que las personas que defienden la asistencia s*xual y dicen abanderar la defensa de la diversidad y la inclusión y los derechos e intereses de las personas con discapacidad, deberían pensar si, por el contrario, lo que hacen no será mandarnos un mensaje devastador y profundamente discriminatorio. Y, en cualquier caso, si una persona no resulta deseable sexualmente para nadie, lo tendrá que asumir y punto. Como asumimos decenas de frustraciones a lo largo de nuestra vida, tengamos o no dificultades físicas o psíquicas añadidas.
5. No es necesario abordar este tema con perspectiva de género
Claro que sí, en primer lugar porque la inmensa mayoría de personas con discapacidad que han recurrido a la prostitución son hombres. Y, en consecuencia, y en segundo lugar, porque nunca somos las mujeres con discapacidad, las protagonistas de este asunto. Las hay, cierto, pero son minoría. Por tanto, la perspectiva de género es fundamental. Dicho esto, me parece que al igual que un hombre discapacitado no tiene derecho a reclamar asistencia s*xual, tampoco una mujer debe demandar dichos servicios a una persona asistente s*xual, sea una mujer o a un hombre. Con todo, puesto que la mayoría de demandantes de prostitución, discapacitados o no, son hombres, y la inmensa mayoría de personas prostituidas son mujeres, no hacer hincapié en que la injusticia de demandar servicios s***ales amparándose en sus circunstancias físicas o psíquicas la cometen fundamentalmente hombres privilegiados por el patriarcado, sería un ejercicio de hipocresía; negar la evidencia. Me opongo no sólo por su carga patriarcal y por su relación íntima con la prostitución sino porque creo que contribuye a concebir el sexo como un bien intercambiable, o peor, algo que se pueda donar sin poder demandar reciprocidad y deseo mutuo. Y dudo mucho que en realidad se base en el altruismo. Ni quiero que nadie se sienta con el deber de satisfacerme sexualmente ni quiero que nadie me demande, a mí ni a nadie esa tarea. El sexo, o es mutuo, libre y recíproco o no es.
Por tanto, si lo que preocupa es luchar por una mejor vida s*xual a las personas con discapacidad, vayamos a la raíz: eliminemos prejuicios y discriminaciones, esforcémonos en construir relaciones s***ales y/o afectivas más profundas y no basadas en la cáscara, en la apariencia, en la superficialidad. Busquemos una sexualidad más amplia, que satisfaga a tod@s sin someter a nadie. Y por favor, que quienes defienden la asistencia s*xual, dejen de considerarnos incapaces. Y dejen de exculpar y bendecir a los hombres que utilizan la excusa de su discapacidad para tener libre acceso al cuerpo de las mujeres.