Pues después de 9 días, por fin encuentro un ratito para coger el ordenador y escribir mi crónica.
Pido perdón por adelantado, seguro que me voy a enrollar como una persiana
Ingresé el jueves 24 de mayo a las 8.30 en el hospital para iniciar la inducción. Sobre las 9.15 me colocaron el propess y me advirtieron que el proceso seguramente sería largo, ya que el cuello del útero estaba intacto. Me subieron a la habitación y me recomendaron que me moviese, andar ayudaría a que la cosa se pusiera en marcha. Ya ataviada con mi bata de hospital y habiendo subido todas las maletas, mi marido y yo mirábamos a la cuna donde en unas horas estaría D. Imaginamos cómo sería, si se parecería a E., qué sentiríamos... la verdad es que fue un momento especial. También aprovechamos para hacer las últimas fotitos. Me alegro de haberlo hecho, ahora las miro y me parece un recuerdo precioso.
Me pasé toda la mañana paseo arriba, paseo abajo por el pasillo. Era imposible no fijarse en las habitaciones. Cada una de ellas contenía una familia con un nuevo miembro y yo sólo pensaba en el momento en que, por fin, también nuestro bebé estuviera con nosotros. Sobre las 12.00 llegó un papá con un niño de unos tres años. Iban a conocer a su hermanito y tuve la suerte de contemplar el momento. Me emocioné sólo de imaginar cómo sería el encuentro de mis hijos, quedaba muy poco.
A la 13.00 me trajeron la comida, macarrones y pollo asado, la disfruté un montón pensando que al día siguiente seguramente comería ya con D. al lado. Estuve muy relajada y tranquila, incluso eché una cabezadita. Como no tenía ningún dolor ni sentía cambios inmediatos, al despertarme seguí de paseo. Me puse los cascos y me pasé un buen rato caminando mientras oía música relajante. Mentalmente, iba diciéndole a D. las ganas que tenía de conocerlo y de cogerlo. Al rato, empecé a notar mucha presión en el pubis, cada vez más intensa y desagradable. Pensé que sería cosa del propess, que estaría haciendo efecto, pero no. A las 19.00 me bajaron a partos y me pusieron a monitores. Tenía las mismas contracciones que un mes atrás y mi cuello del útero estaba tan perfecto como esa mañana. Reconozco que fue un poco decepcionante, pero estaba muy mentalizada de que sería largo así que no me vine abajo. Sabía que quedaban horas, como muy tarde al día siguiente, así que mantuve la calma. Me volvieron a subir a la habitación, cené y recibí alguna visita. No podía parar de tocarme la tripa y pensar que sería la última vez, que estaba sintiendo sus movimientos y nunca más volvería a hacerlo desde dentro. Tenía tantas ganas que ni siquiera tenía miedo a las contracciones, me sentía preparada y de hecho, lo estaba.
A las 22.00 volvieron a bajarme a partos y de nuevo me monitorizaron. No había cambios y el tacto seguía igual que antes, así que me mandaron de nuevo a la habitación. Literalmente me dijeron, descansa porque esta noche no va a ser, el propess no ha funcionado y mañana temprano empezaremos con oxitocina a ver si conseguimos algo. Estaba cansada de tanto paseo, así que lo de dormir y coger fuerzas para lo que sería la oxitocina me pareció una idea estupenda. Ya en la habitación, me tomé un vaso de leche y me puse a ver vídeos de youtube sobre cómo afrontar las contracciones del mejor modo posible. No tenía ni idea de que iba a poner en práctica esos consejos en muy poco tiempo.
A las 00.20 de repente noté como si algo dentro de mí explotase. Fue exactamente la sensación de un globo estallase, tal y como lo había leído millones de veces y entonces empezó a salir mucha agua. Mi marido ya estaba dormido (tiene la gran suerte de dormir como un cesto sea donde sea y como sea, es imperturbable el tío) así que le pegué un grito que por supuesto ni escuchó. Le tiré la almohada y ya vi como me miraba, ¡he roto aguas! Ya empezó a espabilar y llamó a las enfermeras. Yo estaba nerviosa, la sensación de romper la bolsa había sido bastante desagradable y reconozco que me dio mucha grima. Me volvieron a bajar a partos y otra vez a monitores. Yo ya empecé a notar pequeñas contracciones. Eran de poca intensidad, pero sin lugar a dudas eran contracciones. Por fin se había puesto en marcha. La matrona que me exploró me dijo que podría haberme ahorrado el día en el hospital, que hubiera roto aguas en mi casa igual. Mi cara fue un poema, pero daba igual, D. estaba en camino y era lo único que me importaba. Estaba dilatada de dos centímetros, así que todavía no consideraban que estuviera de parto. Yo la dije que ya notaba contracciones, pero no me hizo mucho caso. A la habitación otra vez, que seguramente iría para largo. Me recomendó que me diera una ducha y me relajase en la cama. Me pregunté cómo puede una relajarse ya con contracciones, pero me callé. Total, no parecía importar mucho lo que yo tuviera que decir.
En la habitación las enfermeras de planta me dijeron básicamente lo mismo, que tranquilita y que lo de la ducha era una tontería, que normalmente ralentiza el proceso. Yo repetí que tenía contracciones y que cada vez eran más intensas, pero aún soportables. Me miraron con cara de "ay pobre, esta no sabe lo que la espera" y se largaron. Como me apetecía lo de la ducha, le pedí a mi marido que me echara una mano y me la di. Me relajó muchísimo y mientras me la daba, las contracciones empezaron a ser más largas y dolorosas. Como me habían dicho que iba para largo, que estaba verde y demás, nos tumbamos. Apagué las luces de la habitación y mi marido se quedó sopa en un minuto. Mientras oía cómo roncaba me cabreé. Tío, ¡que estoy de parto y tú dormido! Pero tras dos contracciones me pareció que dormido estaba muy bien, yo necesitaba mucha calma y así la tenía. Así que con mi contador de contracciones en una mano y la otra preparada para agarrar la sábana cuando llegase el dolor, me preparé para respirar. Era la 1.40 y empecé a contar. Duraban como 40-55 segundos cada una y llegaban cada 5-4 minutos, pero como lo estaba llevando tan bien y recordaba tan mal las de mi primer parto, pensé que todavía quedaría mucho. Cada contracción era más fuerte, yo respiraba hinchando la tripa por la nariz y sacando el aire por la boca lo más despacio que podía. Iba cantando mentalmente "Respiras y yo" de Rosana, que hizo que mantuviera la perspectiva. El dolor estaba acercando a D. y realmente podía aguantarlo bastante bien.
A las 3.20 desperté a mi marido. Tenía muchas ganas de vomitar y quería saber si podría tomarme un Almax o algo así. No quería pasarme el resto de la noche con ese ardor, pero las enfermeras me dijeron que no. Entonces vieron mi contador de contracciones, las estaba teniendo cada 3 minutos. Me regañaron diciendo que porqué no las había avisado y yo les dije que sólo habían pasado dos horas y que las estaba tolerando bien, que no creía que todavía estuviera cerca. Corriendo a partos otra vez.
Me volvieron a monitorizar, les pedí que por favor me pusieran incorporada en la cama, que era como había estado pasando las contracciones en la habitación y me había ido bien. No pusieron pegas y me dejaron ponerme a mi manera. Estuve media hora así y ya sí noté que las contracciones empezaban a ser mucho más brutales. Yo seguía con mi técnica, respiración, canción y se pasa. Creo que ahí empecé a ponerme mucho más nerviosa y por eso las sentía mucho más dolorosas, entre la luz, el vaivén de personal por el pasillo y mi marido intentando animarme. Llegó la matrona por fin y me hizo el tacto. ¡Estaba de 5 cm! No me lo podía creer, había aguantado muchísimo y esto iba más rápido de lo que pensaba. Me sentí muy contenta, pero quería la epidural. La matrona me puso a parir de muy malos modos, que si no había ido a las clases de preparación, que si no sabía las consecuencias de ponérmela, que estaba muy cerca... flipé, ¿a qué narices tenía que cuestionarme ella nada en ese momento? Le dije que estaba muy informada de todo y que la quería, punto. Se largó a por el consentimiento muy malhumorada y entró el matrón en prácticas que me atendió en mi primer parto a traémelo. Vi la luz. Ese chico había sido mi salvación en el parto de E. y esa noche era su último día como matrón en prácticas. Me dijo que estuviera tranquila, que si quería la epidural me la pusiera y no hiciera caso. Me hizo sentir mucho mejor y firmé los papeles. Eran las 4.10 de la mañana. Justo cuando fue a buscar al anestesista, me vino una contracción y sentí unas ganas bestiales de empujar. Entré en pánico, tal cual. No podía ser, ¡si hacía cinco minutos que me habían hecho el tacto y estaba de 5 cm! Le grité a mi marido que llamase al matrón, que corriera, que se me salía el niño. Mi marido no me hizo ni caso, él creyó que estaba empezando a pasarme lo mismo que en mi primer parto, que estaba perdiendo la conciencia y me estaba dejando llevar por el dolor. Al ver que pasaba de mí, le cogí el brazo con fuerza y le grité fuera de mí que llamase al chico ya. Debió ver la urgencia en mis ojos, porque corrió. Llegó el matrón y la matrona. Ella me fue a hacer el tacto y le pedí que esperase, que estaba teniendo otra contracción. De mala gana accedió y justo cuando terminé, me lo hizo. Estaba en completa y lo mejor, el niño estaba ya coronando. Ahí comprendí que no había tiempo para la epidural y ya sí, me dejé llevar por el pánico. Pedí a gritos que me la pusieran, que no podría hacerlo, estaba tan asustada. En ese momento el matrón cogió mi mano y me dijo, lo vas a hacer, confío en ti, confía en ti. Tendría que hacerlo. Me llevaron corriendo al paritorio y todo fue demasiado rápido. Mi marido ya tenía puesto el kit de parto, me pidieron que pasara de la camilla a la cama y yo no podía ni moverme del dolor y el miedo. Tenía que empujar ya. Quería hacerlo de lado y les pedí que me dejasen ponerme así, pero la matrona se negó, era más cómodo que estuviera tumbada. Me cagué en ella y en sus muertos, pero no podía discutir, tenía que empujar así que lo hice. La cabeza ya se podía ver y me pusieron un espejo para que me concentrara en los pujos. Le pedí al matrón que me subiera el respaldo al menos y lo hizo. Menos mal. Él se puso al mando y me fue dirigiendo. Le agradecí tanto que lo hiciera él que el miedo se disipó un poco y empecé a pensar con más claridad. Mi marido me daba la mano y me susurraba que lo estaba haciendo genial. Le apreté fuerte, íbamos a ver a D. en apenas unos minutos y entonces olvidé el dolor brutal, la presión que sentía y me dediqué a empujar con todas mis fuerzas. Empujé con el alma, sentí perfectamente cómo salía, su cabeza, cómo giraban sus hombros, sus pies y entonces, el dolor cesó. Eran las 4.35. No podía creerlo, lo había conseguido. Lo hice, pude hacerlo y sentí un empoderamiento como en mi vida había sentido. Y entonces me lo pusieron encima. Dios, qué momento. Estaba tan calentito, apenas hacía algún ruidito y lo abracé sin poder dejar de decir su nombre. Yo estaba en una nube, recuerdo lo siguiente como si no me hubiera pasado a mí. Pujé de nuevo para sacar la placenta, me dijeron que no me habían tenido que dar ni un punto (fantástico) y me llevaron a la sala de recuperación. Miré al matrón y le dije gracias, no pude expresarle lo importante que había sido su presencia, así que a los pocos días escribí una carta de agradecimiento deseándole lo mejor en su carrera. Más profesionales como él se necesitan en la sanidad.
En la sala de recuperación yo estaba medio dormida, había sido demasiado esfuerzo. Creo que me dormí unos minutos de hecho. A la hora y poco pesaron a D., 2,890 gr y 50 cm. La madre que los parió, pensé, tanta preocupación con el dichoso peso para nada. Le miré, ya sí más consciente y le besé muchísimo, era clavado a su hermana y cada día se parece más. Ya le quería. Era tan fácil como eso. Desde ese mismo instante ya sentí que era madre de dos hijos, que los protegeré y cuidaré hasta el último momento de mi vida. Y me encanta.
Jo, me he emocionado mucho al escribirlo y revivirlo todo
A las que habéis llegado hasta aquí gracias, que menuda chapa he soltado