Ay,
Nive, tu caso me recuerda mucho al de mi marido.
Mis suegros, que no sé en qué estaban pensando, decidieron dejarle a su hijo mayor (que entonces tenía 5 años, ya ves tú qué capacidad y madurez para tomar una decisión así) el honor y privilegio de elegir el nombre que habría de llevar su hermano el resto de su vida.
Sí, mi marido se llama como quiso mi cuñado con 5 años. Y le puso el nombre de un amiguito del cole.
Nombre compuesto, cómo no, aquí muy poco oído (en otros lugares de España más, y también fuera de nuestras fronteras) y lo peor es que se parece y confunde mucho con otro nombre compuesto, mucho más común, de forma que lo más habitual es que lo llamen con ese otro nombre. Y se ha pasado la vida teniendo que aclarar que no es Papapapa sino Pepepepe.
De verdad, qué cruz.
Además, es que no es ni siquiera un nombre bonito, ya lo siento. Yo, si fuera él, me lo habría cambiado o dejado solo uno de los dos nombres.
En mi caso, también tengo nombre compuesto. Mi segundo nombre es el de mi madre y fue una elección de mi abuelo materno, acompañando a mi padre al registro civil. Al funcionario se ve que mi nombre a secas le pareció poca cosa y preguntó si no querían poner algún nombre más, se ve que ese día le pilló con ganas de trabajar. Y mi abuelo dijo: Pues sí, póngale también éste, como su madre.
A mí la verdad es que no me importa, siempre me ha parecido un homenaje bonito. Pero que tampoco habría pasado nada por haberme dejado solo con el nombre que habían elegido mis padres para mí.