Desde su casa en el sur de Inglaterra, Keira recuerda cómo su «transición» mental arrancó a los 14 años, cuando empezó a sentirse «asqueada y ansiosa» por sus períodos y empezó a darle vueltas a la idea de que era un niño atrapado en un cuerpo de niña. «Me sentía muy aislada. Veía vlogs en YouTube, entraba en portales de internet y participaba en foros para sentirme menos sola.
Esto pasaba hace una década y es muy distinto a como es ahora; éramos una comunidad pequeña, pero todo se ha disparado con las redes sociales. Las mentiras les llegan a los niños por la izquierda, el centro y la derecha, y a muchos los atrapan para el resto de su vida con medicamentos dañinos y cirugías experimentales».
Con su madre no estaba apenas en contacto; tampoco ahora. «Mi padre no quería que siguiera adelante con el cambio de sexo y nos dábamos cabezazos cuando salía el tema. Pero al final fue una decisión que tomamos entre la clínica y yo. Eso fue todo».
La clínica de Tavistock, en el barrio londinense de Belsize Park, es la referencia obligada a nivel nacional por su Centro de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS). En 2019 y 2020 fueron atendidos 161 niños, el 95% menores de 16 años (y tres, entre los 10 y los 11).
«Las instituciones médicas han sido captadas por el lobby trans, y no hablo sólo de las clínicas que tratan la disforia de género, sino de los hospitales donde a las madres se las llama "gente embarazada" o "alimentadoras de pecho"», advierte Keira. «En Tavistock no recibí apoyo mental, nadie cuestionó mi decisión ni me preguntó: "¿Estás segura de que quieres hacer esto?". Todo fue muy rápido».
A los 16 años le dieron bloqueadores de la pubertad y a los 17 le administraron inyecciones de testosterona. Los cambios hormonales le hicieron sentir algo parecido a la menopausia, con constantes subidas de temperatura y problemas para dormir. Sobre la marcha tuvo dudas por los efectos secundarios, pero a los 20 años tomó la decisión irrevocable: se hizo una mastectomía porque no le gustaban sus pechos y deseaba liberarse de la tortura de vendárselos a todas las horas. Legalmente se había cambiado ya el nombre por Quincy (en homenaje a Quincy Jones

A los 22 recibió la última inyección y algo fue cambiando dentro y fuera de ella. Por un lado fue descubriendo todo lo que había detrás del movimiento de la «identidad de género». Y por otro le fueron surgiendo dudas propias de la madurez física y mental.
Lo cierto es que Keira Bell decidió finalmente llevar a los tribunales su lucha contra el «transgender is beautiful». La británica, que había iniciado el cambio de sexo a los 16, que se inyectó hormonas a los 17 y se hizo una doble mastectomía a los 20, comenzó a los 22 la marcha atrás, se reafirmó como mujer y emprendió una acción legal contra la clínica de Tavistock por considerar que no le informaron sobre las secuelas físicas y mentales de una decisión que tomó a una edad prematura.


El fallo del tribunal sirvió para prohibir el uso de bloqueadores de la pubertad a menores de 16 años y requerir una autorización judicial para cualquier intervención médica para cambiar de sexo a menores de 18 años.
El caso Bell ha tenido un fuerte impacto en la opinión pública en el Reino Unido. Unos meses antes, el Gobierno había renunciado a sus planes de reconocer «la autodeterminación de género» sin necesidad de presentar un diagnóstico médico de disforia.
«La evidencia científica dice que la corteza prefrontal del cerebro no acaba de desarrollarse hasta los 25 años», dice Bell con los 24 recién cumplidos. «Esa es la parte del cerebro que dicta las funciones relevantes para la toma de decisiones. Hay cosas que están restringidas hasta esa edad, y la transición s*xual es algo tan permanente y doloroso (sobre todo para las mujeres), que pienso que los 25 es la edad más apropiada, más incluso que los 18».
«Bajar el listón a los 16 es una receta para el desastre», advierte Keira Bell por experiencia propia. «Es lamentable cómo se está vendiendo a los niños "transgender is beautiful" como si fuera una experiencia liberadora, y cómo se les bombardea con información incorrecta. Todo esto está creando una gran confusión que en última instancia va a beneficiar a los hombres, en detrimento de las niñas y de las mujeres».
De modo que Keira Bell empezó su detransición, apreciando en su vida «la fuerza de ser mujer», dejándose crecer el pelo y siguiendo su instinto. Por el camino ha encontrado a «mujeres muy vigilantes y con principios que llevaban tiempo haciendo campaña contra el daño causado por la ideología de género». Las define como «heroínas sin rostro» que hicieron posible el pleito legal contra la clínica, con la recaudación de más 170.000 euros y la participación de Paul Conrathe, del bufete de Sinclairs Law.
«No fui a los tribunales para lograr una indemnización», asegura Keira. «Lo hice para proteger a los niños vulnerables y a los jóvenes, porque sé de primera mano cómo funciona el sistema y conozco la lucha por la que van a pasar. Y quiero también animar a otra gente que se arrepiente de haber hecho la transición: que no tengan miedo a admitirlo y lo digan en voz alta».
«Lo que ha hecho Keira tiene algo de heroico», dice su abogado, Paul Conrathe. «El tribunal ha reconocido que proporcionar bloqueadores de pubertad a los niños es un tratamiento experimental que tiene muchas veces consecuencias irreversibles que serían muy difíciles de entender para un menor de 16 años. El fallo ha servido para la inmediata suspensión de los tratamientos con bloqueadores de pubertad», explica.
«El fallo ha sido un golpe para este movimiento y una bomba de realidad para quienes no eran conscientes de lo que ocurría con los niños», afirma Keira, que reconoce que muchos transgénero la han convertido en blanco de su ira. «Pero me está apoyando mucha gente transexual que cree que el activismo trans le está arrebatando sus derechos. Creo que es justo decir que la comunidad LGTB está siendo subvertida por la 'T' si no comulgas con la ideología de género. A cambio, estoy teniendo mucho apoyo de madres y colectivos de lesbianas, y también de gays que empiezan a ver que hay cierta homofobia detrás de todo esto».


«Tengo cicatrices físicas, pero lo que más duele son las heridas mentales que aún siguen abiertas», reconoce. «Gran parte de mi juventud se ha perdido para siempre, y echo en falta haber sido capaz de pasarlo bien y conectar con el mundo real... Me arrepiento de no haber esperado y de no haber acudido a una clínica donde me dijeran los hechos. La verdad a veces duele, pero me habría ayudado. Me vendieron una mentira y acabé atrapada».
Puestos a buscar culpables, Keira apunta a la clínica y a «esa gente muy rica y siniestra que está detrás de este movimiento». Carga también las tintas contra los «roles hiperfemeninos» ensalzados por los medios y contra las redes sociales, «que llevan a las chicas que sufren disforia de género a la autodestrucción».
¿Qué le diría a una niña de 14 años que empieza a darle vueltas a la idea de cambiar de sexo? «Que sé lo que es estar ahí, deseando tomar hormonas. Pero que vea también lo que hay detrás de quienes promocionan la transición. Y que tenga en cuenta que va a estar batallando contra su biología toda su vida... Es mejor aprender a abrazar a la persona que realmente eres. El sexo es importante, pero no debe dictar tu personalidad ni tu potencial en la vida. Las mujeres son increíblemente fuertes, interesantes y diversas. Te puedes sentir extraña entre las chicas, pero créeme: tu tribu está ahí fuera».
¿Y a los padres? «Que no dejen que la propaganda trans anule su sentido común o sus instintos. Tantos padres se han dejado atrapar... Unos se sienten culpables y prefieren pensar que su hijo ha muerto y renacido. Pero otros se resisten a que les impongan esa idea: les espera una dura batalla, aunque van a sufrir muchos encontronazos. Me solidarizo con ellos».

10.000 TRANSEXUALES EN ESPAÑA
También en España hay Keiras, aunque no han dado la batalla en tribunal alguno. Sus historias no trascienden del ámbito familiar u hospitalario. No todas las personas que inician un cambio de sexo lo llegan a culminar satisfactoriamente. De los más de 10.000 transexuales que se estima hay en España (no existen cifras oficiales), unos 500, el 5%, terminan dejando el tratamiento. Otras fuentes lo reducen al 0,2%. Algunos entran en depresión y se aíslan; otros incluso intentan suicidarse. A través de los expertos que los tratan, Crónica tiene acceso a algunas de sus historias.
Cuando tenía siete años, Emi se sentía rara con su cuerpo. Había nacido niño, pero quería ser una niña. Sus padres le llevaron a la unidad de género de un hospital. Allí los doctores empezaron a hablar con la familia, que estaba decidida a iniciar la transición de chico a chica. Un primer paso fue cambiar el nombre de Emilio al más neutro de Emi. Luego llegó el momento de decírselo al resto de parientes, al colegio...
Tal vez no hacía falta que empezase a ponerse vestidos: bastaba con camisolas largas. Pero la escuela... El primer día en que se dividieron entre la fila de los chicos y la de las chicas, Emi se fue con ellas y las niñas le dieron una patada.
Cuando llegó la adolescencia, debían decidir si se le aplicaban bloqueadores hormonales, y la familia se echó para atrás. Pero cuando Emi cumplió 18 años decidió hormonarse con estrógenos. «Me empezó a crecer el pecho, se me atrofiaron los testículos, perdí la fertilidad y perdí también bastante el deseo y la libido. Y, sobre todo, perdí la erección. Cuando fui a la unidad de género del hospital a decirles que me devolviesen la erección, me dijeron que no era tan sencillo. Tuve que ir al mercado negro a por Viagra».
Testimonios como este, inexistentes hace unos años, son cada vez más habituales. Mari Cruz Almaraz, responsable de la Unidad de Género del Hospital Regional Universitario de Málaga, lo confirma: «Conozco el caso de una persona, antiguo varón, que lleva en su proceso de reasignación 25 años. Ha tenido tratamiento hormonal, mamoplastia de aumento y genitoplastia feminizante. Ahora ha detenido su tratamiento hormonal porque quiere volver a su sexo biológico; se identifica de nuevo como chico».
Según los especialistas que trabajan en España, de un total de 400 seguimientos prospectivos de disforia de género, sólo un 50% los finaliza. Un porcentaje que algunos médicos reducen al 30%, aunque eso no significa que haya habido un arrepentimiento, pues pueden haber optado por la sanidad privada o, directamente, haberse cansado de esperar: en España la lista de espera de una operación de reasignación es de siete años.
«No me gusta llamarlo arrepentimiento, sino volver atrás y detener el proceso», explica Almaraz. Porque, según indica otro facultativo que prefiere mantener el anonimato para evitar los ataques de activistas queer, la mayoría de los cambios que se producen en una reasignación son «irreversibles». «En una persona que lleva años de tratamiento estrogénico o de testosterona se ha redistribuido la grasa corporal, también la musculatura, y le ha cambiado la voz», precisa Almaraz.
Así, en las destransiciones se pueden encontrar casos de mujeres biológicas que se hicieron una mastectomía y que, al cabo de dos años, se han implantado prótesis mamarias. Y hablan de la importancia de las redes sociales y las presiones del entorno en la toma de decisiones a la ligera. «Es muy importante que hagamos protocolos para darle solución a esto. Y el mejor sería la prevención de las destransiciones, es decir, que las personas tomen decisiones muy bien informadas de qué es esto», apunta Almaraz.


EL CASO DE YARA
Yara, pionera, levanta la camiseta y, orgullosa, enseña a la cámara sus pechos postizos, aún vendados. Debajo de los anchos apósitos asoman dos cánulas de drenaje de las que cuelgan dos botecitos de plástico. «Llevo 24 horas operada». Pero Yara sonríe, dice estar contenta y enseña su brazo tatuado con la palabra Venus. Es un tributo, desliza, a la diosa del amor.
Hace tres meses que Yara Barros, la primera persona transexual en la Comunidad de Madrid que se hormonó siendo menor de edad, pudo rematar su transformación y ser lo que siempre quiso ser: una mujer con pechos.
El tránsito emprendido fuera del quirófano -«duro y doloroso», admite- comenzó a los 16 años con las hormonas. Más tarde se arrepentiría de tomarlas. Lo que pasó después lo ha ido contando en su canal de YouTube, Instagram y alguna que otra publicación digital.
Esta semana, a raíz de la polémica ley Trans de la ministra Irene Montero, que trata de imponer que una persona de corta edad pueda sin más realizar su tránsito, Yara ha declinado hablar sobre su hormonación y el arrepentimiento que hizo que abandonara la terapia. «Dejarlo siendo trans ha sido la mejor decisión que he tomado», llegó a decir en su día.
Su arrepentimiento -parcial- llegó tras dos años de tratamiento. Al cumplir los 18. Entonces dejó de hormonarse. El hospital madrileño al que reclamó un certificado que acreditara la terapia para que le concedieran el cambio de nombre en el DNI negó haberla asistido. Ella acabó ganando la batalla por la vía legal y pudo ver su nombre estampado en su carné.
Lo que vino a continuación fue el abandono de las hormonas. «Dejar el tratamiento no nació de una reflexión profunda, sino de un puñado de casualidades», contaba al digital Vice. Se enteró de que uno de los medicamentos para bloquear la acción de las hormonas masculinas era, según la Agencia Española de Medicamentos, un potencial cancerígeno. Otro era diurético, un fármaco para ir al baño. Y decidió parar. «Al principio tenía mucho miedo a masculinizarme. Barba, acné, la espalda más ancha...». Tras el arrepentimiento inicial que, dice, la ayudó a saber lo que quería, va para un año que Yara ha vuelto a las hormonas. Ya sí tiene edad.
La batalla legal de Keira
La británica Keira Bell inició el cambio de sexo a los 16 años, se inyectó hormonas a los 17 y se hizo una doble mastectomía a los 20. A los 22 comenzó su marcha atrás: se reafirmó como mujer y denunció a la clínica de Tavistock (Londres) por considerar que no le informó sobre las secuelas de una decisión tomada a una edad prematura.