Eva Vildosola (18, Pamplona): "En casa de mi madre bailaba y jugaba con muñecas. En la de mi padre, me las rompían"
Con sus padres divorciados, Eva vivió desde muy pequeña entre los dos mundos a los que se tendría que enfrentar después ahí fuera: la familia de su madre era un refugio, un lugar en el que se sentía protegida. Con la familia paterna, sin embargo, vivió la negación y el rechazo. "En casa de mamá
bailaba, cantaba, me disfrazaba, jugaba con muñecas... En la casa de mi padre me rompían los juguetes,
y me tenía que sentar en el sofá a ver el fútbol con el resto de hombres. Si viajaba en coche con ellos nunca hablaba; lloraba escondida bajo una mesa cada vez que me tocaba ir allí", nos cuenta Eva Vildosola Léo, pamplonesa transexual de 18 años.
"En mi foro interno sabía que mi madre me podría aceptar y querer. Pero mi padre no. Ese doble escenario me impidió durante mucho tiempo aceptarme y asumir
quién era realmente", continúa. A sus 14 años experimentó un capítulo muy delicado, en el que puso en juego su propia vida. Pero al mismo tiempo, sirvió como un punto de inflexión que le ayudó a atreverse a presentarse al mundo tal y como ella era. Como una chica.
El camino no es fácil ("
nadie elige nacer con un sexo que no es el sentido", reconoce), pero hace cuatro años tomó una decisión que determinaría su futuro: ser fiel a sí misma. Su voz, hoy optimista, sirve como ejemplo para demostrar que, en el mundo trans, además de adversidades, también hay cuentos felices.
Pero empecemos su historia por el principio.
Disforia de género desde la niñez
El primer recuerdo de Eva es con cuatro o cinco años. Por aquel entonces no sabía explicar la diferencia entre chico y chica, pero sí sentía que ella no era como ese otro 'chico' al que le señalaban. "A esa edad ya iba a mi madre y le decía que me quería morir, que yo no estaba bien", reconoce.
Pasaron los años, y la disforia de género era cada vez más latente. "Sabía cómo me sentía pero 'técnicamente' no podía explicarlo. Cuando tenía que ducharme o ir al baño, era una pesadilla. 'Pero qué te pasa', pensaba. Entraba a la ducha con bañador, para no verme los genitales. Lo pasaba fatal si tenía que ir a la playa o a la piscina.
En Educación Física, por ejemplo, nos cambiábamos de ropa y veía a las chicas con sus braguitas y sujetador, mientras sentía la necesidad de tener pecho. Ahí es cuando veía claro que yo era una chica. Los chicos orinaban de pie, y yo necesitaba sentarme.
Salía de casa en pantalones pero volvía y me ponía camisón, me sentía más a gusto con vestido", relata.
Alrededor de los 11 años, y tras mucho tiempo de investigación buscando señales y personas con las que sentirse identificada, lo tuvo claro: era una persona transexual. "Empecé a investigar en Internet, y veía posibles referentes, como La Veneno... Pero tampoco me sentía identificada", cuenta Eva. Lo que ella anhelaba era, aparentemente, algo sencillo: ser tratada como una chica más, "como las que veo en la calle", especifica.
Ahora 'solo' quedaba decírselo al mundo exterior. "No sabía muy bien qué hacer, cómo actuar ni cómo compartirlo con mis padres y menos con la gente. No tenía el valor. Así que decidí callármelo, para vivir con esa verdad que ya tenía clara yo sola", comparte.
El 'bullying' del instituto y los prejuicios sociales
Ahora bien, a Eva le valió esconderse solo durante tres años, un periodo que además estuvo marcado por los abusos en el instituto. "Lo pasé muy mal, antes de decirlo me pegaban,
los que ahora me llaman 'travelo' antes me llamaban mar&kong", dice.
Y es que, enfrentarse al juicio de los demás ha sido uno de los mayores retos. "En este proceso lo que más duele es el conflicto contigo misma. Pero si a eso le sumas la presión de la sociedad... Es durísimo. Si yo me hubiera criado en una familia como la de mi madre, y en la calle también fueran todos así, desde muy chiquitita hubiera sido Eva. El apoyo es esencial, alguien que te escuche, y con quien te puedas desahogar. Me parece casi imposible pasar por todo esto una persona sola", relata.
El día que cumplió 14 años se enfrentó al episodio más complicado de su vida. "Me tomé no sé cuántas pastillas y me escapé de casa, ese día me quería morir. Dejé una carta diciendo: 'Mamá, lo siento, yo no soy esto. Soy una chica y para vivir así, prefiero no hacerlo'". Afortunadamente, las autoridades la encontraron, y le llevaron directa al hospital. Aquel día Eva volvía a nacer.
La esperanza en 'empezar de cero'
En cuestión de días la transición ya estaba en marcha: su nuevo nombre y sexo constaba en un nuevo DNI, el tratamiento de hormonación y de psicólogos iban viento en popa, y experimentó un doble traslado: el de su colegio y el de una nueva casa. "Cuando inicié el cambio no me lo podía creer. Es verdad que al principio hay una parte que duele, estás dejando atrás una vida, aunque no te guste. Pero al fin me sentía feliz", cuenta.
El mundo de color de rosa duró poco: en el nuevo instituto –y a pesar de que contaba con el apoyo del profesorado–, pronto se supo quién era, y con ello, los juicios. Por otro lado, y ya con 15 años, una nueva actividad, común a cualquier adolescente, llegó a su vida: salir de marcha. Pero claro, ahí no tendría la protección de su madre. "La primera vez que lo hice una cuadrilla de chicos me empezó a tirar piedras, a escupir, pegar… También me llegaron por Instagram insultos y amenazas. Y mi cabeza ahí explotó, me llené de miedo otra vez porque pensé que lo pasaría peor que antes", reconoce.
Llegó el verano y con él, el miedo a salir de casa. Pero también apareció un chico –caprichos de la vida–, con quien se ilusionó y empezó a salir. "Nos encontramos en un momento vital. En casa me sentía a salvo gracias a mi familia materna, donde hay varios casos LGTBIQ+ y, fuera de ella, la protección la tenía gracias a él, que me aceptaba. Experimenté lo que es gustar a alguien
tal y como eres", relata.
El poder de alzar la voz
Una vez dentro del proceso médico, el apoyo incondicional de su familia, la comprensión de los nuevos profesores y muchas compañer
as, y el vivir una historia de amor con alguien que la quería, ayudó a Eva a construir su identidad sobre unos cimientos más fuertes en términos de confianza y autoestima. "Además, en las redes sociales cada vez veía más visibilidad al mundo LGTBIQ+, en Pamplona
veía chicos de la mano, maquillados... Me empezaba a sentir en mi salsa", concreta.
Y de repente, un día de 2019, llega a su ciudad (y a muchas de España) una acción política polémica: el autobús 'HazteOír', con
'claims' como 'Los niños tienen pene, las niñas tienen vulva, que no te engañen'. En ese momento Eva estaba más preparada para plantar cara a
mensajes discriminatorios y, lejos de avergonzarse, le ayudó a empoderarse. "Salí en algunos medios de comunicación. Pensaba, 'me estará viendo la familia de mi padre' –de quien nunca ha sabido nada más–. Pero pese a eso, recibí muchos más gestos de apoyo que de rechazo", cuenta.
Al inicio de esta cuarentena, dio un salto decisivo: publicar en su IGTV un vídeo de siete minutos sacando a la luz su historia. ¿La respuesta? Casi 400.000 visualizaciones y cientos de comentarios, el empuje que Eva necesitaba para seguir creciendo. "Siempre digo que la gente me ha hecho mucho daño, pero también me ha ayudado muchísimo", reconoce.
Un futuro optimista
En septiembre, la navarra cogerá un tren –destino Barcelona–, para darse una oportunidad en otro lugar. Allí se formará en una de sus grandes pasiones, la moda. "Creo que estoy en le mejor momento de mi vida. Pero si me preguntas el año que viene te diré que es ese porque este proceso mejora cada día", afirma.
Además de las maletas, la pamplonica se llevará varias lecciones aprendidas, herramientas que posiblemente le ayuden a enfrentarse a su nueva realidad, sea cual sea. ¿La más importante? No sentirse culpable por su historia vital ni por el 'qué dirán'. "Hay muy poca información sobre nosotros. La mayoría asocia el término transexual a 'travesti', 'drag queen'… Y yo no tengo nada que ver. Una 'drag queen' es un hombre que se maquilla y se viste como mujer. Las personas 'trans' pasamos por médicos y psicólogos para tener la vida que merecemos o soñamos. No es un entretenimiento, es una necesidad", concluye.
Si volviese a nacer, lo tiene claro. "Elegiría de nuevo tener esta vida porque he aprendido muchas cosas. Con 18 años siento que soy más madura que alguien de 30 o 40. Y aunque el camino sea duro, al final puede haber luz, todo te empieza a dar más igual. ¿Y sabes? Muchas personas como yo son más felices que otras que se esconden por no
mostrarse tal y como son", concluye.
Y en este deseo de felicidad, una búsqueda en la que estamos inmersos todos, nos quedamos con una cosa más. Su lema, ese que le acompañará cada vez que tenga que empezar de nuevo.
¿Que cuál es? "Vive y deja vivir".