Las miserias de un becario entre estrellas Michelín
¿Qué hay detrás de la alta cocina? ¿Cómo es el mundo de un stagier? ¿Es un aprendiz o
un esclavo al servicio de un chef sin escrúpulos?
Becarios que
no cobran, jornadas de 18 horas, presión que conduce al fracaso y humillación. Hablamos con varios stagier que han trabajado con chefs que juntos acumulan más de 10 estrellas Michelín y nos cuentan su historia de sufrimiento y superación.
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Tal es el nivel de sufrimiento y maltrato al que son sometidos estos stagier que hemos tenido que cambiar sus nombres. Nos piden que lo hagamos porque podría perjudicarles a nivel profesional e impedirles volver a trabajar en otros restaurantes.
“Esto no se puede permitir más”, afirma Lucía, “habría que hacer un cambio y ojalá ahora salgamos muchos dando la cara”. Reconoce que “la culpa de todo esto la tenemos nosotros, si no nos hubiésemos rebajado hasta este punto muchos chefs reconocidos no estarían donde están”.
Lucía empezó a trabajar con 18 años en
Martín Berasategui sin cobrar. Reconoce que la presión era enorme, la rivalidad entre compañeros brutal y el trabajo durísimo. “
Me han escupido en la cara diciéndome que soy una inútil, que no valgo para esto, que soy un trozo de mierda. Aguantas la presión durante el servicio para no caer ante cientos de persona pero luego llegas a casa y te pones a llorar a la familia diciendo que no sirves para nada".
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Trabajar bajo estas condiciones en un restaurante es casi inhumano, y encima se hace sin remuneración. “Cuando entré en Martín éramos 45, un mes después quedábamos 5. Algunos se iban de madrugada por la ventana para no tener que dar la cara”.
Lucía destaca la enorme rivalidad que hay entre compañeros para conseguir mayores responsabilidades, un factor que hace que el trabajo sea todavía peor y más complicado. Reconoce que aunque se hable muy mal de las condiciones hay cosas buenas,
“Martín te da una casa para vivir, te da de comer y los fines de semana una cesta con fruta y verduras. Eso sí, son las que sobran y algunas están medio podridas”. Estos stagier necesitan ayuda económica de su familia para poder sobrevivir mientras sufren jornadas maratonianas porque aquí no se cobra por trabajar.
Cuando pregunto a Lucía por el alojamiento que les ponían en Martín Berasategui y empieza a dar su respuesta mi cara comienza a deformarse lentamente.
“Nosotros lo llamábamos el zulo. Era un sótano con cuatro habitaciones con ventanitas de estas pequeñas empotradas. Teníamos diez literas por habitación y unas cuatro taquillas para veinte personas. Aunque peor eran los baños, con cuatro duchas y dos inodoros para las casi 50 personas que estábamos allí”.
Las jornadas son eternas, “lo normal era empezar a las 8:30 de la mañana y a veces me quedaba hasta las 2 de la madrugada. Al acabar todo tiene que estar impoluto, y dependiendo del humor del jefe de cocina ese día podíamos quedarnos alguna hora más”.
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